Al habla con Eduardo del Llano
Conozco a Eduardo del Llano desde que ambos estudiábamos en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Fui testigo del nacimiento de Nos-y-Otros, grupo fundamental en la historia del humorismo en Cuba a partir del decenio de los 80 de la anterior centuria y he seguido el quehacer de Eduardo tanto en la literatura como en las artes audiovisuales. Con más de 15 libros publicado, su novela El Enemigo resultó galardonada en el concurso literario de mayor pegada entre los escritores en Cuba, el Premio Carpentier.
Asimismo, su serie sobre el personaje de Nicanor O´Donell es de esos materiales de obligatoria consulta para tener idea de por dónde se ha movido el cine independiente en Cuba. Por esas y otras muchas razones, para mí resultó un placer leer la entrevista que Eduardo del Llano concediera a la revista digital Oncuba y que comparto hoy con mis lectores de Miradas Desde Adentro. Espero que la disfruten como yo.
Eduardo del Llano: Nicanor O’Donell para presidente
La pasada semana Eduardo del Llano estrenó oficialmente en La Habana «Dos veteranos», el último corto de su serie de Nicanor. A propósito de su estreno, OnCuba conversó con el cineasta y escritor sobre su más célebre personaje, su carrera en el cine y la literatura, y Cuba.
por Eric Caraballoso y Michel Hernández
En la Cuba ideal de Eduardo del Llano, Nicanor O´Donell debería ser presidente. Al menos “yo votaría por él”, afirma.
A lo largo de 15 años, el escritor y cineasta nacido en 1962 en Moscú, en la difunta Unión Soviética, ha realizado una serie de cortometrajes con Nicanor como personaje central, como arquetipo del cubano común que, desde la mordacidad y el humor, desvela las contradicciones y absurdos de la sociedad cubana contemporánea.
Los cortos –protagonizados por Luis Alberto García y Néstor Jiménez– han pasado de memoria flash en memoria flash como pan caliente en la Isla, aun cuando el recelo y el silencio oficial los hayan marginado de los circuitos estatales de distribución. Sin embargo, a pesar de la popularidad underground de “los Nicanor”, Del Llano ha decidido poner fin a su exitosa saga.
La semana pasada estrenó oficialmente en La Habana Dos veteranos, el corto número 15 de la serie, que de acuerdo con su autor será, de una vez y por todas, el último.
Sobre este cierre y sus significados, y sobre su restante carrera en el cine y la literatura, OnCuba conversó con el también guionista de filmes como Alicia en el pueblo de Maravillas y La vida es silbar, quien, además, reveló sus razones para no emigrar y seguir creando en Cuba, donde, dice, todavía tiene “muchas cosas que hacer”.
En ocasiones anteriores has anunciado que otro corto sería el último de la serie y no ha sido así. ¿Por qué creerte esta vez?
Es cierto que la gente está algo escéptica conmigo porque ya he dicho varias veces que un corto anterior iba a ser último y luego he hecho otros. Pero ahora sí pienso terminar. En algún momento hay que cerrar el ciclo, y es bueno que uno sea quien decida cuándo y no que se acabe porque se murió un actor, o porque se fue a vivir fuera y perdimos la comunicación, o porque nos peleamos, o por cualquier otro imponderable. No es que alguno de nosotros piense morirse pronto, pero es duro que se termine por algo así.
Además de que este es el corto 15, que es un número importante, con su simbología para los cubanos, su argumento en sí sabe a final. Aunque Nicanor no muere, los personajes ya son ancianos y hay una toma de partido que puede verse como un cierre. Me pareció elegante terminar así.
Pero que no haga más cortos de Nicanor, no quiere decir que no vaya a hacer otras cosas. Me gustaría hacer Nicanor, la película, aunque no con ese nombre tan previsible, si consigo el financiamiento, que para un largometraje es más complicado. También pienso seguir haciendo cortos, solo que tal vez haga algo más dramático, o de otro tipo de humor, o erótico, o infantil, o en cualquiera de los otros mil géneros que hay, porque la serie de Nicanor me obliga a tonos más o menos similares y a determinadas características estructurales, y profesionalmente me gustaría tocar otros temas, probarme en otras cuerdas.
Después de los diez primeros cortos, hice mis dos largometrajes, Vinci y Omega 3, que, aunque no tuvieron ni por asomo el éxito de la serie de Nicanor, para mí sí fueron importantes. Ahora quisiera hacer lo mismo. Ya tengo planeado el próximo corto, que, repito, no será de Nicanor, aunque sí humorístico, y ojalá lo pueda hacer el año que viene si consigo el dinero. La idea no es retirarme al Tíbet a meditar, sino seguir filmando otras cosas.
Te cansaste de Nicanor, después de tantos años lo ves como un antagonista o temes que el público pueda encasillar tu obra, que es mucho más amplia, solo a estos cortos?
Ni me cansé, ni le tengo odio, ni lo maté como hizo Conan Doyle con Sherlock Holmes, pero uno siente que los personajes o ciertas zonas de tu trabajo tienen un tiempo y después tú quieres dedicarte a otras cosas, sin que eso signifique que reniegas de ellos.
Tampoco significa que deje de escribir otras obras con Nicanor como personaje. Para no ir más lejos, en la novela que ganó el premio Alejo Carpentier y que se presentó en la Feria del Libro pasada, aparece Nicanor, que es un cura de un país que nunca se dice cuál es y que pudiera ser Cuba o no serlo. Y, sin embargo, por la manera de desenvolverse, por las situaciones en que se mete y la forma en que sale de ellas, es Nicanor, porque Nicanor es un personaje que trasciende los cortos, que viene desde mucho antes y que probablemente siga apareciendo en otros cuentos y novelas que me siente a escribir.
En cuanto a que encasillen o no mi obra, eso es algo muy difícil de controlar. Es cierto que otras cosas que he hecho, mis dos largometrajes, por ejemplo, no han tenido mucho éxito en Cuba, pero a mí sí me gustan, y no creo que tenga que hacer cine o literatura siguiendo ciegamente el gusto del público.
Recuerdo que cuando comenzó el programa de televisión Pateando la lata, al principio hice un personaje que se llamaba precisamente el profesor Nicanor, que aparecía en un espacio pequeño y decía lo suyo y de momento le tapaban el espacio o pasaba alguien por delante, como una metáfora de la censura y las dificultades para expresarse, y que duró poco. Sin embargo, en los tres o cuatro meses que hice esa sección me conoció mucha más gente en la calle que la que jamás me reconoció por mi trabajo durante muchos años en el grupo humorístico Nos y Otros, que es la génesis del personaje de Nicanor, que artísticamente me gustaba mucho más y del que me siento infinitamente más orgulloso. Ese es otro ejemplo.
Entonces, hago todo lo que puedo: escribo mis libros con más o menos suerte, hago mis cortos y también otras cosas en cine, y me gustaría que la gente se acordara de todo, pero eso no lo decides tú. El éxito es un misterio y no se puede hacer ingeniería social para convencer a la gente de lo que debe recordar. Sencillamente, la gente recuerda lo que le da la gana.
“Dos veteranos” no ocurre en el presente ni en el pasado, sino en el futuro, como una distopía. ¿Por qué cerrar la serie con una ficción de este tipo?
De los 15 cortos de Nicanor, 14 son basados en cuentos míos preexistentes; solo Arte fue escrito específicamente para ser filmado, y la manera en que escogíamos el siguiente no siempre obedecía a un plan preconcebido. Muchas veces lo proponía yo, otras veces me lo proponían los actores; pero ya en los últimos sí pensamos conscientemente con antelación, y este lo pensé como el último porque me pareció que podía funcionar bien como cierre.
Si uno hace un corto por cada problema que hay en este país, o con cada cosa que le preocupa a nivel existencial, necesitaría hacer miles de cortos. O en realidad más, porque ningún corto agota un tema. Pero este me gustaba por ser una distopía de un futuro postcomunista, en el que el proyecto de nación en que vivimos ha cambiado, y aborda algo que es inherente a todas las épocas y sociedades: que los viejos siempre idealizan el pasado y dicen que en sus tiempos las cosas sí eran buenas.
Ese fue el motivo: ¿cómo sería hablar de eso en una época postcomunista? Y al mismo tiempo también me importaba dejar mi interpretación de que Nicanor se considera un hombre de izquierda, a su manera y diciendo las cosas que quiere decir, y con él, yo mismo. Incluso, en el corto, los únicos dos que votan por el comunismo como el mejor sistema somos Nicanor –que es una especie de guerrero eterno desde la fila, alguien que sigue pensando intuitivamente que esta podía haber sido la mejor sociedad posible, pero que la jodimos–, y yo, que hago de un mendigo, un tipo al que evidentemente no le ha ido bien con el fin del comunismo, pero que a la vez no deja de tener sus contradicciones porque viste un pulóver de la obra de teatro que le censuraron a Juan Carlos Cremata, o a lo mejor es que está un poco loco.
Me interesaba ese tono de ciencia ficción que nos permitía aventurarnos un poco hacia el futuro, sobre cómo podría ser Cuba dentro de un tiempo y a la vez arrojar luz sobre el cubano del presente, sus contradicciones. Fíjate que cuando hacen la votación, es cierto que el comunismo es la formación económico-social menos votada, pero la democracia es la segunda que menos tiene; la gente como que desconfía de ella. La mayor parte de los que votan lo hacen por la esclavitud y el feudalismo.
Es una tesis ciertamente arriesgada, pero son cosas para pensar y pensarnos como pueblo: el hecho de que a la gente le encanta protestar y se siente inconforme con su presente, con toda razón, pero no necesariamente es capaz de proponer un proyecto alternativo coherente, o ese que propone no necesariamente es el mejor.
La idea, aunque pueda sonar pretenciosa, es que este corto, siendo este el último, diera pie a este debate sociológico sobre cuál es la Cuba mejor que queremos. Igual, uno como autor lo intenta, pero luego las cosas cogen su propio curso.
Después de 15 años y 15 cortos, ¿qué ganancias te ha dejado la serie de Nicanor?
Pues no de dinero, como alguien podría pensar, porque de todo el dinero que he gastado haciéndolos, que no es poco, no he recobrado ni un centavo. Literalmente. Yo no he vendido nada de mis cortos, ni en Cuba ni fuera de Cuba, ni en DVD ni en ningún otro formato. Así que, si existe una definición del arte por el arte, los cortos de Nicanor están por ahí cerca. Por suerte, hay otras ganancias más importantes.
Una de las ambiciones de todo escritor es crear un personaje o una historia que de alguna manera refleje el espíritu de la época y sea recordado. Y creo que con Nicanor me he acercado bastante a eso.
Yo empecé a escribir sobre él cuando estaba en Nos y Otros, porque me gustaba la idea de tener, más que un personaje –porque realmente no es un personaje único–, un patrón para el antihéroe ordinario. Nicanor nunca, ni en los cuentos ni en los cortos, se manifiesta como un héroe, no es un líder sino un tipo normal, que hace lo que haríamos tú y yo si nos vemos en las circunstancias en las que él se ve envuelto. Y en ese sentido se explica que en un corto sea plomero y en otro funcionario de salud y en otro director de cine y en otro periodista y en este un viejo ex dirigente. Es como una pegatina que se le pone a cualquiera que entre en la categoría del hombre común.
Y a mucha gente, incluso a muchos a quienes no les gustan otras cosas que yo he hecho, sí les gustan los cortos y ven al personaje como un reflejo del cubano de a pie. Eso siempre satisface como autor. Habría que ver si resisten el paso del tiempo o si dentro de unos años ya se olvidaron de ellos. De momento, no lo puedo saber.
También ha sido un privilegio trabajar con grandísimos actores, no solo como Luis Alberto García y Néstor Jiménez, que me acompañan en todos los cortos, lo que ya de por sí es un premio, sino también con figuras como Mirtha Ibarra, Enrique Molina, Mario Guerra, Osvaldo Doimeadiós, su hija Andrea, Laura de la Uz, una cantidad de actores y actrices espectaculares.
Y lo mismo podría decir de la música, hecha por Frank Delgado, pero en la que han participado Santi Feliú, Carlos Varela, Gerardo Alfonso, Oscar Sánchez, Roly Berrío, Diana Fuentes, Dioni el de Zeus, una cantidad de trovadores, rockeros, músicos en general de diferentes géneros y formaciones estéticas, pero todos muy respetados.
En 15 años la sociedad que ibas reflejando en tus cortos fue cambiando. ¿Cómo dialogar con ella sin que la serie perdiera frescura y actualidad?
Es cierto que desde que comenzamos a filmar los Nicanor la realidad cubana ha cambiado, que hay diferencias visibles respecto a 2004, que fue cuando empezamos a hacer los cortos. Con los viajes al extranjero, por ejemplo, se ha dado una dialéctica interesante, porque en un corto como Pas de Quatre se habla de la posibilidad de viajar como turista, algo que en ese momento no era posible –era más probable que alguien viniera de la Luna– y ahora sí, aunque siga siendo difícil para la mayoría.
Pero, además, estuvieron las nuevas leyes migratorias, el acercamiento con Estados Unidos, la visita de Obama y luego la elección de Trump –que ha sido nefasta para Cuba–, los conciertos de artistas como los Rolling Stones, el aumento del trabajo privado, el primer presidente no Castro en varias décadas… Y también nosotros nos hemos ido poniendo más viejos y hemos empezado a cuestionarnos las cosas desde esa experiencia, a preguntarnos cuál es nuestra verdad desde una perspectiva más acumulativa, más asentada.
Sin embargo, tampoco es que hayan sido tantos los cambios, ni tan radicales: seguimos viviendo en un país bloqueado, pobre, con altibajos en las relaciones entre la oficialidad y los artistas, donde de pronto se pierde el huevo y / o se pierde el pollo, que es el mismo animal, a fin de cuentas, y seguimos siendo una sociedad en la que Monte Rouge se pudo haber hecho ayer por la noche y funcionaría igual.
Por otro lado, con los cortos nunca he tratado de hacer un noticiero, esa inmediatez no es lo que me interesa. Intento –puede que lo logre o no– hacer cosas más estructurales, más intemporales, sobre la realidad cubana.
El artista no es un periodista ni un historiador, ni de lo inmediato ni de la evolución de la Historia. Es un tipo que escribe sobre personajes a los que le ocurren cosas en una circunstancia concreta y en esas películas, cuentos, relatos, de alguna manera emana el espíritu de la época, o no, pero no es que a priori deba proponerse escribir con esa intención, ni que planifique una historia para que sea el reflejo de los tiempos y los cambios que han ocurrido, al menos así lo entiendo yo.
Tus cortos ofrecen una mirada crítica, a veces muy mordaz, de la sociedad cubana. ¿Alguna vez te ha preocupado que alguien pensara que lo has hecho para ganar notoriedad y vender una imagen de contestatario?
Sí, yo sé que hay gente que piensa eso, pero a esa gente le podría decir que si realmente ese fuera mi interés bastante mal lo hhubiera hecho, porque ni vivo en una gran casa, ni tengo un montón de dinero, ni viajo tan seguido, ni ahora voy más a eventos y festivales ni me invitan más como jurado. De hecho, viajaba más antes, cuando era guionista de Daniel Díaz Torres y Fernando Pérez, que desde que hago los Nicanor. O sea que, si estoy tratando de prostituirme con los cortos, soy una prostituta pésima.
Mi intención no es otra que contar historias y, como dirían en El Programa de Ramón, “estoy aferrado a los clásicos” en el sentido de que he seguido con el personaje de Nicanor y haciendo comedias a contrapelo del signo de estos tiempos, y demostrar que se puede hacer comedia aún de las cosas más duras, más incómodas. Soy consecuente con eso.
Lo que pasa es que siempre hay quien va a pensar lo peor de ti y si hay diez explicaciones de un hecho, asume la peor de todas, la más retorcida. Yo estuve varios años escribiendo un blog y escribiera lo que escribiera siempre me sazonaban. Con los cortos es igual. Yo hago mis cosas y luego el público piensa lo que le da la gana. Así es el arte. Igual sé que habrá gente que lea esto y diga, claro, él dice esto porque no va a declarar públicamente lo que realmente le interesa. Con la gente nunca se queda bien del todo.
¿Esa postura crítica te ha traído problemas con las instituciones oficiales, con el Icaic?
Siendo justo, no, ni siquiera cuando Monte Rouge, que fue el primero de los cortos, y casi el último por lo escandaloso que resultó en su momento. En el Icaic lo que me dijeron es que como ellos no lo habían hecho, tampoco se hacían responsables de lo que pasara con el corto y conmigo, lo cual tiene cierta lógica.
Incluso, algunas veces sorprendentemente he tenido más posibilidades de las que yo imaginaba. Cuando hice Intermezzo, por ejemplo, filmamos en el baño de un teatro importante de La Habana, y la persona que estaba al frente del teatro nos dijo que sí sin siquiera leerse el guion. Nos autorizó a filmar por la noche, cuando solo estaba el CVP, y nos pasamos una madrugada entera filmando allí hasta por mañana, sin ningún problema.
En otros casos sí hemos tenido reparos de alguien, pero entonces buscamos otra alternativa y ya. Sin embargo, nunca ha venido nadie a leerse el guion y prohibirnos cosas o a coartarnos después de que ya está hecho el corto, ni nos han dicho que no podíamos hacer uno más porque si no íbamos presos. No ha habido nada de eso.
Sin embargo, aunque suelen tener una premier oficial, luego los cortos no se ponen en los cines y mucho menos en la televisión…
Lo que pasa es que igual que no hemos sufrido represión, tampoco hemos tenido un estímulo institucional de ningún tipo. El apoyo para la distribución ha sido mínimo, como el que nos da el Icaic para hacer una premier un día en un cine, pero no mucho más que eso.
Creo que se debe una conjunción de factores. Primero, a esa suspicacia estructural y oficialista hacia textos considerados conflictivos, como los cortos de Nicanor, que aunque son comedias, son comedias amargas y la gente más que riéndose muchas veces termina casi llorando. También tiene que ver con cierta lógica interna del cine cubano, en el que, a diferencia de los años 90, hoy no es común ver comedias. Entre los realizadores más jóvenes creo que hay un distanciamiento real con el género. Y en general, creo que en estos momentos para los cineastas y para la crítica en Cuba, es un género menor, a pesar de que, como lo tenían muy claro los griegos, la comedia y la tragedia son las dos caras del drama, las dos con el mismo peso.
Así que desde la institucionalidad cultural si bien no me han reprimido, la filosofía con los Nicanor ha sido la de “allá tú”. Entonces, los cortos los hemos hecho siempre nosotros y siempre hemos hecho lo que hemos querido hacer, pero sin saber qué hacer con ellos una vez filmados ni tener una estrategia independiente para su distribución, porque no la sé hacer ni tengo a nadie que la haga por mí. Todo eso ha provocado que no hayan tenido una distribución nacional o internacional coherente, o incluso ninguna en absoluto, aunque fuera incoherente. Y que no siempre hayamos tenido todos los recursos que nos hubiese gustado tener para filmar.
En parte por eso, y en parte porque es mi interés estético, la mayoría de los cortos de Nicanor son de varios personajes en un espacio cerrado. No tienen mucha variedad de locaciones ni de filmaciones en exteriores. Siempre son ejercicios medio teatrales en el sentido de que tienen una unidad de tiempo y espacio, que es un tipo de puesta en escena que me seduce.
También hay una razón de operatividad, porque esas locaciones cerradas son lugares que podemos controlar sin sufrir grandes interferencias y cuando no, hemos tenido mucha suerte, como cuando filmamos Dominó, que lo hicimos en un interior en un barrio real, donde vive gente real y podía pasar cualquier cosa, más allá de que les hubiésemos pedido colaboración. Y, sin embargo, todo salió bien.
Además de los cortos, has hecho una obra diferente en el cine, también en el humor con Nos y Otros, en la literatura con premios como el Alejo Carpentier, y no dudo que hasta hayas intentado hacer música… ¿Cuál sería el denominador común de esa versatilidad?
Creo que tiene que ver con el inconformismo, pero no solo a escala social o política sino también artística, con todo, y también está un poco motivado por las circunstancias. Yo empecé a dirigir porque Frank Delgado se me apareció en la casa con una camarita que en ese momento era lo último, y que ahora sería como las de filmar en cumpleaños, y me dijo que por qué no hacíamos un corto con alguno de mis cuentos de Nicanor. Así nació Monte Rouge. Pero a diferencia de muchos realizadores, yo no era el clásico adolescente que soñaba con ser director de cine. Nunca pensé dirigir, lo que yo quería era ser escritor. Eso sí lo tenía muy claro, e incluso cuando era guionista, yo era feliz siendo guionista y no lo pensé como un paso para llegar a filmar mis propias películas. Lo mío era escribir.
Incluso, cuando iba a algún rodaje de una película de la que era guionista no me fijaba en otra cosa que no fuera la manera en que se cumplía o no el guion, y, de hecho, cuando empezamos a hacer Monte Rouge yo no tenía ni la más mínima idea de qué lente se usa para qué cosa, ni qué luces había que poner, porque yo no me fijaba en eso. Tuve que aprender sobre la marcha y a mucha honra. Y todavía hay miles de cosas que me faltan por saber.
Antes, cuando empecé a ser guionista, fue porque Daniel Díaz Torres nos llamó a los de Nos y Otros, o más bien llamó al DDT porque había salido publicado un cuento mío, firmado a título del grupo, que le gustó y él estaba buscando ideas para su tercer largometraje. A partir de entonces contactó con nosotros, nos reunimos y los cuatro de Nos y Otros empezamos a trabajar en el guion de Alicia en el pueblo de Maravillas, aunque al final me quedé yo solo con Daniel, porque mis otros tres compañeros se fueron rajando a los pocos meses.
Creo que he asumido retos como ese porque nunca me he conformado con mi zona de confort y me ha gustado probarme en otras cosas. Y ya que hablabas de la música, pues sí, intenté en una época hacer música, aprender a tocar guitarra, pero me di cuenta a tiempo de que era desastroso en eso y que más desafinado que yo había que mandarlo a hacer. Pero, a la vez, eso me hizo comprender que, aunque no podía componer música, sí podía trabajar en la letra, y de hecho, he trabajado con Frank Delgado, con William Vivanco, con Harold López-Nussa y otros músicos que han compuesto canciones para el final de los cortos de Nicanor y con los que he escrito la letra de conjunto. Y también me he dado cuenta de que tengo otras ideas ya para el proceso de la producción musical, de la grabación.
La vida me ha ido enseñando en qué no soy bueno. Sé, por ejemplo, que no sé bailar, pero si hubiese sido mínimamente bueno en eso, quizá me hubiese dado por eso también. Intenté dibujar también, y aunque no soy tan malo como en el baile y en la música, tampoco es que sea un extraordinario dibujante. Pero se trata de ir probando las cosas que puedes hacer para no adocenarte en tu zona de confort, pero sin dejar de lado el detector de mierda para no hacer el ridículo. Aunque mañana si aparece un arte nuevo o me llaman para hacer un video clip probablemente lo haría para probar, aunque el primero quizá me salga muy malo. Me gusta afrontar ese tipo de retos.
Muchos te ven como un bicho raro en la cultura cubana…
Y lo soy, hasta Luis Alberto (García) lo piensa.
A diferencia de otros artistas de tu generación, e incluso de algunos de tus compañeros de Nos y Otros, no has emigrado…
En realidad, la mayoría de los que integramos Nos y Otros seguimos en Cuba, de seis, cuatro, lo cual podría parecer sorprendente teniendo en cuenta el tipo de humor que hacíamos, al que algunos consideraban subversivo. Incluso, los dos que emigraron, Luis Felipe (Calvo) y Leandro (Pérez), no lo hicieron por razones políticas ni han hecho política después y ni siquiera han hecho arte. Sin embargo, (Orlando) Cruzata, Jape (Jorge Alberto Piñeira), (Jorge) Fernández Era y yo seguimos en Cuba, y aunque tampoco hacemos política sí todos seguimos haciendo algo creativo.
¿Y no te ha pasado por la cabeza la idea de emigrar?
Sí, lo he pensado algunas veces, pero al final no me decidí. Ni siquiera en el Período Especial, cuando pasé más hambre que la mayoría porque soy alérgico al huevo y eso era casi una condena a muerte. Lo más cerca que estuve fue cuando pasé un año y tanto viviendo en Madrid, del 2006 al 2007, aunque la idea no era la de quedarme allá para siempre sino la de conseguir la residencia para estar unos meses en Cuba y otros en España, porque de lo contrario necesitaba un permiso de salida y era muy complicado. Ese era un plan que mucha gente hacía en esa época. Pero no conseguí la residencia y empecé a sentir que aquello no era lo mío. Había cosas lógicamente que me gustaban, pero había otras que no, que me parecían hipócritas, y terminé regresando.
Estando allá tuve una oferta financieramente importante desde Miami, que implicaba irme para allá y obtener la residencia al poco tiempo como era en esa época. Era una oferta de trabajo interesante, aunque no era lo que yo hacía. Me llamaron por teléfono y me la propusieron y les pedí que me dieran 24 horas para no tomar una decisión precipitada, por aquello de pensarlo bien no fuera a ser “la oportunidad”. Lo consulté con Pedro Luis Ferrer, que en ese momento estaba en Madrid, y él me dijo que no le parecía una buena oferta y que si fuera yo él no la cogería. Que para lo que me estaban contratando no era lo mío y que allá iba a chocar enseguida porque trataría de hacer el humor que me gusta, y que seguro querrían que hiciera algo diferente, más acorde a lo que se hace allá sobre Cuba, y aunque sus palabras no fueron las definitorias sí corroboraron lo que yo mismo pensaba, aunque no estaba seguro. Esa sinceridad es algo que le voy a agradecer siempre. Y para que veas, el pensamiento oficialista rígido seguramente no concebiría que un consejo así se lo daría Pedro Luis Ferrer a Eduardo del Llano. Así que le agradecí a la gente de Miami por la oferta, pero les dije que no la iba a tomar.
Fíjate, no es que tenga nada en contra de emigrar. Mucha gente de mi generación y de otras, anteriores y posteriores, lo han hecho. Es su derecho y tienen sus razones, que yo respeto. Mi mejor amigo vive en México y sigue siendo mi mejor amigo. Pero mi vida es lo que yo hago –el dinero se me va en filmar, en escribir– y lo que yo hago tiene sentido aquí. Puedes vivir afuera y conocer otro país, disfrutarlo, aprovechar sus virtudes, pero al menos yo no me veo contando una historia sobre los turcos o los austriacos o los esquimales. Es en Cuba donde encuentro los temas, las motivaciones para mis obras. No es que me esté haciendo el más héroe que nadie, pero eso ha sido, a la larga, lo que me ha hecho regresar.
Por otro lado, conozco a mucha gente de mi generación, o de otras, conflictivos como yo, que, más allá de que viajen de vez en cuando, siguen en Cuba, como el mismo Luis Alberto (García), Frank Delgado, Carlos Varela, gente por la que muchos apostaron que no iban a durar mucho en este país por las cosas críticas que hacían, decían, cantaban, filmaban, y, sin embargo, son los que siguen aquí, mientras otros políticamente correctos en apariencia se fueron en la primera oportunidad. Y es que, si nos enseñaron a ser de izquierda, revolucionarios, ahora nos tienen que comer con papa, porque muchos decidimos seguir aquí y ser revolucionarios a nuestra manera. Y si alguien no le gusta, está bien, pero no por eso vamos a cambiar. Esa es nuestra mentalidad.
«Alicia en el pueblo de Maravillas» (1991), de Daniel Díaz Torres y de la que fuiste co-guionista, ha sido uno de los filmes más polémicos del cine cubano. ¿Cómo viviste lo sucedido tras su estreno?
Se estrenó oficialmente un jueves como siempre ocurría con los filmes del Icaic, pero solo estuvo en cartelera hasta el domingo. Y en el interior del país duró solo dos días. Mandaron a militantes del Partido (PCC) a los cines a gritar contra la película, a decir horrores. Incluso a los padres de dos de los miembros de Nos y Otros, que eran militantes, también los citaron al cine para reprimir una obra en la que habían participado sus propios hijos. Fue increíble porque era un guion aprobado por el Icaic y, a pesar de eso, nos cayeron encima con saña.
Fueron días muy angustiosos. Yo tenía 28 años y era un chama. Estaba muy emocionado porque un un director de cine nos había llamado para hacer una película y de pronto siento que el mundo me cae arriba. Nos dijeron traidores en los medios, contrarrevolucionarios, cobardes. Sin embargo, no fui preso ni perdí el trabajo, seguí de profesor de la Universidad, y seis años después pude seguir haciendo cine. Al final, sobrevivimos a eso. En cambio, muchos de los que nos criticaron se fueron después de Cuba.
¿Por qué crees que después de tantos años Alicia… siga sin exhibirse en Cuba?
El pensamiento se fosiliza. Hay gente con poder de decisión que identifica a Alicia… como una “película contrarrevolucionaria”, a pesar de todo lo que ha pasado después. No consideran la posibilidad de rehabilitar la cinta ni siquiera porque Daniel Díaz Torres, su director, murió. Debían haberlo hecho en ese momento y mucho antes también. Quedó como el arquetipo de la película contestaria. Después de aquel fatídico esteno, creo que se puso una sola vez en una muestra durante el Festival de Cine Latinoamericano, en La Rampa. No se ha vendido como DVD ni se ha puesto en televisión.
Cuando uno hace una obra de arte se enfrenta a interpretaciones polisémicas, pero muchas de las que despertó, de las que nos acusaron, no tenían nada que ver con lo que pensamos a la hora de hacer la película. Pero Alicia… las sigue arrastrando hasta hoy.
Luego trabajaste en otras películas de diferentes tesituras, más serias y también en la cuerda del humor, y con importantes directores cubanos. ¿Cuánto significan esas obras dentro de tu carrera?
Mucho, y no solo porque me permitieron viajar y recibir premios, sino también aprender, conocer gente tremenda, como Daniel Díaz-Torres. Él fue quien me inició en el cine, quien me enseñó cómo se escribe un guion, sobre la marcha, llevándome libros de la Escuela de Cine, porque yo no tenía idea de lo que era una película, para mí una comedia era una sucesión de chistes. Hice cinco filmes con él; los más sonados fueron el primero y el último, es decir Alicia… y La película de Ana, aunque por razones distintas.
A través de Daniel, Fernando Pérez se me acercó un día y me contactó para seguir el guión de La Vida es silbar, porque su primer guionista, Humberto Jiménez, se tenía que ir para Nicaragua. Imagínate lo que es trabajar con alguien como Fernando, uno de los más grandes directores del cine cubano, y que luego La vida… obtenga el premio Goya, en España. Además, fue la primera película cubana llevada a formato DVD, en Suiza, y hoy puedo decir que fui parte de eso.
Después volví a trabajar con Fernando en Madrigal, y también con otros directores como Gerardo Chijona, con quien hice Perfecto Amor equivocado, hasta que empecé a dirigir mis propias cosas. Pero todo lo que hice antes, está ahí. No se puede borrar.
¿Que seas director de tus propias historias, como sucede en los cortos de Nicanor y en tus dos largometrajes, implica que ya no trabajes como guionista para otros directores?
En lo absoluto. Yo estoy loco porque me llamen, pero creo que mucha gente asume que quizá porque esté dirigiendo ya no voy a aceptar encargos de otros guiones. La otra parte de la verdad es que han surgido guionistas jóvenes excelentes, como Amílcar Salatti, que escribió el guion de Inocencia, y otros más. Y también hay directores que prefieren filmar sus propios guiones.
El problema es que aquí no hay rasero para medir las cosas. No hay un star system, digamos. Y a veces viene un extranjero que quiere hacer una película y le encasquetan a lo mejor un guionista que no sabe nada. No es común que se haga una prospección para que llegue a mí, o a Senel (Paz), o a Arturo Arango, o a cualquier otro guionista reconocido. Es un proceso un poco aleatorio.
Pero si ahora mismo viene uno a proponerme un trabajo, o un director cubano como Ernesto Daranas o Alejandro Gil, por supuesto que encantado lo hago. Además, hacer un guion para otro director de vez en cuando es saludable, porque te hace mirar desde fuera las cosas que haces tú, y entonces el próximo guion que escribes para ti propablemente te quede mejor. Y, además, puedes ver el estilo de dirección de otros realizadores, que es algo que me gusta. Así que si no me llaman no es porque yo no quiera.
¿Cómo ves el escenario del cine cubano actual?
Siento que hay una insistencia muy grande de los realizadores, en particular los más jóvenes, en ciertas zonas de la sociedad por encima de otras temáticas. Hay sectores sociales que hace tiempo no salen en una película cubana. En el cine de los jóvenes a veces siento, en general, que hay más habilidad técnica en cuanto a trabajar la imagen y el sonido que historias que contar.
Pero al mismo tiempo aplaudo películas como Juan de los Muertos o El extraordinario viaje de Celeste García, que exploran géneros no habituales en Cuba, o el cine de autores como Jorge Molina, porque me parece espectacular que existan en Cuba esas películas gore y medio eróticas, o de ciencia ficción, o de terror, que salgan de la norma, de los estereotipos.
Creo que no debemos convertirnos en una sarta de clichés que nos imponen o que nosotros mismos nos creamos sobre la realidad cubana. Seguimos pensando en pequeño, en la Cuba del barrio, y tenemos que pensar que somos ciudadanos del mundo y contar también historias universales.
¿Y cómo encajas tú dentro de ese escenario?
Yo tengo un pie en el Icaic y otro en el cine independiente, pero en los dos lugares tengo una tremenda falta de “guara”. En el Icaic no me llaman hace tiempo porque al parecer no soy santo de su devoción. Omega 3 salió hace 6 años y desde entonces no me han aprobado ningún otro proyecto, ni siquiera The real thing, que ganó el premio Coral en 2016 a mejor guion inédito. Eso pasa en otro país y te convocan enseguida, pero el Icaic no le dio “bola” y es poco probable que a esta altura lo vaya a hacer.
En realidad, yo nunca he sido del Icaic, he colaborado con la institución, pero muy puntualmente. He cobrado por lo que he hecho, pero no me pagan un salario todos los meses. De hecho, yo no recibo un salario desde que en 1995 me fui de la Universidad. Yo vivo del cuento.
Soy una especie de Robinson, porque lo que yo hago tampoco encaja mucho en el cine independiente, menos en el de los más jóvenes, porque tampoco soy joven, ya estoy más cerca de los 60 que de los 50. Estéticamente sigo afiliado a un tipo de comedia que no es lo que se estila en ese grupo. Así que me veo como un tipo que está al margen del mainstream oficial y del alternativo también.
Todo parte de una elección personal, pero también es el camino por el cual la vida me ha llevado. Y pienso seguir haciendo mis cosas mientras pueda conseguir dinero y convencer a la gente de que vale la pena, aunque parezca algo conflictivo o esté al margen de la tendencia dominante. Si lo mío fuera no complicarme, haría videos de reguetón.
Tienes varias novelas y libros de cuentos publicados. Sin embargo, muchas personas solo te relacionan con el cine…
Es así, y no solo hablo del público. Luego de más de quince libros publicados he conocido gente en el Icaic que se ha asombrado cuando se enteran de que escribo novelas. Pero al mismo tiempo, muchas personas de la literatura me tienen solo por cineasta y otros en el cine me asumen solo como escritor. La gente no asocia las dos cosas.
De mi literatura, hace tiempo que no escriben ni para hablar mal. Siento que la crítica literaria está bastante deprimida en Cuba y se sigue escribiendo sobre zonas seguras, es decir literatura de los siglos XIX o XX o algunos escritores novísimos. Y yo no encajo en ninguna de esas categorías. No soy una apuesta segura.
En febrero del 2018 gané con El enemigo el premio Carpentier, el más importante para la literatura cubana, pero hasta el día de hoy no me han hecho ni una entrevista, a pesar de que el premio siempre genera una amplia cobertura mediática. Es como si no lo hubiera ganado. Encima, después que se vendieron los primeros 200 ejemplares en la Feria de La Habana me di cuenta que la impresión tenía unas erratas monstruosas. Llamé a la editorial y me dijeron que iban a hacer una nueva tirada, pero de pronto se acabó el papel. Todavía no ha salido el resto. Tuve que respirar hondo después del encabronamiento. A fin de cuentas, yo no me di el premio yo mismo.
Después de una obra, tanto literaria como cinematográfica, marcada por la reflexión crítica sobre la sociedad cubana y sus derroteros. ¿Cuál sería tu proyecto de nación? ¿Cuál la Cuba por la que luchas?
Yo soy un cubano muy raro, muy poco ortodoxo. No sé bailar nada, no entiendo la emoción deportiva, para mí es un misterio total que haya nueve jugadores correteando en un estadio de pelota. Y sin embargo, me siento muy cubano, tanto como el que más, y siento que Cuba es mi lugar, el país donde quiero hacer cosas a pesar de que no me haya ido precisamente bien en algún momento.
No soy un político que traza un proyecto de nación por el que lucho utilizando estas o aquellas armas, estas o aquellas estrategias. Pero igual pienso en una Cuba posible, una Cuba cada vez mejor, no solo económicamente sino también con más libertades, donde la gente, en especial los jóvenes, no vean en emigrar la única forma de triunfar en la vida. Un país en el que no se satanizara a la gente por sus opiniones y en el que socialismo sea cada vez más abierto y democrático, que ofrezca más posibilidades en lugar de vivir permanentemente en el estado de que «este es el borrador y después se pasará en limpio cuando las circunstancias lo permitan».
Me gustaría seguir viviendo en Cuba, aunque también viajar todos los meses si fuera posible, y que seamos un país de llegada, de permanencia, no de tránsito. Con todo eso sería feliz.
Y en esa Cuba ideal, ¿alguien como Nicanor O’Donell podría llegar a presidente?
No solo podría, sino que debería. Nicanor es un cubano de a pie, un tipo del pueblo, vulnerable, instintivamente de izquierda y un estado de cosas donde ese cubano de a pie, con su experiencia, su operatividad y su sentido común, pudiera llegar a ser presidente sería un país donde definitivamente yo quisiera vivir.